viernes, 23 de agosto de 2013

UNA NOCHE CON EL GRUPO ''YES'' EN TOKIO CON PABLO DIEZ.


He hecho algo que jamás pensé que podría hacer: ver en concierto a Yes. Cuando, a finales de los 80, era un adolescente que empezaba a emocionarse con esto de la música, ya estaban talluditos y fuera de los “40 Principales”, copados por grupos que luego han marcado época como U2, REM y Depeche Mode, pero también por modas efímeras como Technotronic o fiascos productos del “marketing” como los odiosos Milli Vanili. Pero, como siempre fui algo rarito, a mí los que me más me gustaban eran los Yes, un grupo que había triunfado quince años antes, más o menos cuando yo acababa de aterrizar en el mundo. Reencontrarlos ahora, más de dos décadas después, resulta doblemente intenso. ¡Imaginen lo que sentirán quienes los siguieron en sus inicios!
Formado a finales de los 60 en Londres, como tantas otras bandas inspiradas por los Beatles y los Rolling Stones, este grupo vivió sus años dorados como uno de los máximos exponentes del “rock sinfónico” que, al estilo de los gloriosos Pink Floyd y los visionarios King Crimson de Robert Fripp, llenaban estadios en los años 70. Aunque sus integrantes han variado con el paso de los años, el inconfundible sonido Yes lo labró el quinteto compuesto por Jon Anderson con su aguda voz femenina, Steve Howe y sus punteos de guitarra hasta el paroxismo, Chris Squire con su bajo flotante, Bill Bruford y sus jazzísticas baterías y el colosal teclista Rick Wakeman. Pero sus discos conceptuales y sus canciones, monumentales piezas clásicas de hasta media hora de duración, pasaron de moda con el violento estallido del “punk”. Frente a los “dinosaurios” del “rock sinfónico” y sus letras espaciales, jóvenes “punkies” enfadados con el mundo demostraron que se podía tocar sin saber siquiera música, solo liberando con sus berridos toda la rabia que llevaban dentro, haciendo chirriar la guitarra y aporreando la batería. Las coloristas portadas de sus discos, donde el diseñador Roger Dean recreaba paisajes oníricos de montañas suspendidas en el aire que parecen haber inspirado a James Cameron en “Avatar”, no podían ser más diferentes a los “graffiti” y cubos de basura que trajo el sucio realismo de los Sex Pistols o The Clash.


A finales de los 70, la cresta “punk” jubiló las largas melenas de los “hippies” fumados que predicaban paz y amor y creció al amparo de las tachuelas aireadas por la crisis económica que sufría la Inglaterra post-industrial de Margaret Thatcher. Pero, a principios de los 80, se la cortaron los “yuppies” encocados que se estaban forrando en Wall Street gracias a las políticas de liberalización económica de Ronald Reagan. En ese “mundo feliz” que ya no recordaba la guerra de Vietnam, el Mayo del 68, la crisis del petróleo en el 73 ni la reconversión industrial y el yonquismo heroinómano del 79, se impuso la radio-fórmula del “easy listening” y la “new wave”, dejando al “heavy” de Guns N´ Roses los últimos resquicios de una rebeldía no exenta de comercialidad.
Curiosamente, los Yes vivieron en ese momento su primera resurrección, vampirizando a un avispado productor, Trevor Horn, que había demostrado su olfato comercial con el “Relax” de Frankie Goes to Hollywood y luego con el “Video killed the radio star” de The Buggles, auténtico himno que auguraba una nueva época: la de la MTV.
Con la crisis de identidad que arrastraba el grupo desde los discos “Going for the one” y “Tormato”, donde intentan recortar sus canciones y hasta prescinden de las legendarias cubiertas de Roger Dean, Yes publica un disco sin Jon Anderson como cantante. Le sustituye Trevor Horn, que luego produce el que será su mayor éxito comercial y, sin duda, el “single” por el que serán recordados: la pegadiza “Owner of a lonely heart”. En el álbum “90125”, en honor a su número de publicación en el catálogo de Atlantic Records, el joven guitarrista surafricano Trevor Rabin aporta nuevos aires a la banda, que se adapta al rock ochentero con relativo éxito.
Pero las idas y venidas de sus miembros, con Jon Anderson cantando para Vangelis y Steve Howe formando Asia junto al bajista y cantante John Wetton (King Crimson, Roxi Music), el batería Carl Palmer (el tercero de Emerson, Lake & Palmer) y el teclista Geoffrey Downes (la otra parte de The Buggles), siguen profundizando en la división de la banda, que se rompe a finales de los 80 en dos formaciones.
Tras la deriva de una de ellas, compuesta por Anderson, Bruford, Wakeman y Howe, vuelve la unión a principios de los 90 con una doble formación que protagoniza la segunda resurrección de Yes. Con dos guitarras, dos teclados, dos baterías y Jon Anderson llevando la voz cantante, este es el “supergrupo” de viejos rockeros que conozco durante mi viaje a Estados Unidos en 1991, adonde fui para estudiar inglés en New Hampshire y Nueva York justo después de la Primera Guerra del Golfo, cuando en los supermercados se vendía papel higiénico con la cara del derrotado Sadam Husein.
Pero ese épico rock ochentero es barrido de nuevo por la rabiosa simpleza adolescente del “grunge” que traen Nirvana y Pearl Jam y el “post-punk” de Offspring y Green Day. Como reacción a esta acción, la posterior eclosión de la música electrónica y de baile, con Radiohead, Portishead y Massive Attack a la cabeza, prácticamente borran del mapa a los Yes y similares en el inicio de este siglo XXI.
Pero, como los viejos rockeros nunca mueren, han vuelto a resurgir de sus cenizas cuando ya han superado los 60. Sin el vocalista Jon Anderson, que ha criticado a sus antiguos compañeros por volver a grabar mientras él estaba enfermo, esta tercera resurrección la ha traído, curiosamente, un tema que fue grabado en 1980 para el disco “Drama” y nunca se incluyó en el mismo: “Fly from here”.
De nuevo bajo la batuta del astuto productor Trevor Horn, los Yes han alargado dicho tema hasta hacerlo el “leitmotiv” que ocupa la mitad del disco y se han echado otra vez a la carretera. Tras el concierto que grabaron el año pasado en Lyon, ya han pasado por Nueva Zelanda, Australia y Japón, donde han agotado las entradas para sus tres noches en Tokio y la de Osaka. Su siguiente escala es Indonesia, más concretamente el hotel Ritz-Carlton de Yakarta, antes de volar a Estados Unidos.
Aunque en el disco canta Benoite David, en la gira le sustituye Jon Davison. Su nombre no solo ser parece al del vocalista original, Jon Anderson, sino también su voz afeminada y hasta sus gestos. Aunque los teclados suenan a veces bastante añejos y algunos componentes ya peinan canas o lucen calvas, como el bajista Chris Squire y el guitarrista Steve Howe, los Yes volvieron a emocionarme en el concierto al que asistí en el Nippon Seinenkan de Tokio. Y eso que todo el público estaba sentado en el auditorio y solo nos pudimos levantar al final, durante los bises de un repertorio donde no faltaron sus temas clásicos y los correspondientes solos de cada uno de estos virtuosos músicos.
Cuatro décadas después, volvieron a sonar tan bellas, hipnóticas y envolventes como siempre “Starship Trooper”, “Roundabout”, “Heart of the Sunrise”, “I´ve seen all good people” o “And you and I”. Y yo pude saldar una vieja deuda con mi pasado y hacer algo que jamás pensé que podría hacer: ver al grupo que me enseñó a amar la música hace 25 años. Como si el tiempo no hubiera pasado, ni para mí ni para ellos, sigo tarareando sus canciones en mi mente igual que cuando era un adolescente. Sé que es una falsa ilusión porque todos somos bastante más viejos, pero también estoy convencido de que la música de Yes durará para siempre.

           
          http://es.wikipedia.org/wiki/Yes

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